viernes, 9 de mayo de 2014

The Go-Betweens: el grupo que deberías amar


A veces, en esto de la música, tenemos la impresión de no entender nada. A veces nos cuesta comprender que los demás no aprecien lo que para nosotros resulta tan claro. Nos resulta inexplicable que ese disco tan cojonudo no suene en la radio a todas horas o que ese grupo que nos chifla no se cite siempre entre los grandes de la historia, o al menos de su época. Nos preguntamos cómo es posible que sus canciones no las tarareen las chicas por la calle, con sus cascos al oído, cuando llega la primavera. Canciones como Cattle and caneBachelor kissesSpring rainBye bye pride o The clock. Grupos como The Go-Betweens.

Robert Forster y Grant McLennan se conocieron en Brisbane (Australia) a mediados de los setenta, cuando estudiaban juntos en la universidad. Robert estaba loco por la música y Grant estaba loco por el cine. McLennan estaba llamado a ser director o crítico de cine, según contaría años más tarde el que sería su compañero de fatigas. Hasta que un día Forster, que había tenido un par de grupos con nombres literarios (The Mosquitoes y The Godots), lo invitó a agarrar un bajo. Puede que el mundo del cine perdiera ese día un prometedor director, pero el pop ganó un excelente músico, un compositor con una sensibilidad especial. Acababa de nacer The-Go Betweens.

El grupo de Forster y McLennan trabajaba de la forma más democrática posible: no se tomaba ninguna decisión sin que ambos estuvieran de acuerdo y cada disco incluía siempre el 50% de canciones de cada uno, aunque en los créditos aparecieran firmadas a medias. A pesar de ello, los discos sonaban homogéneos, sin altibajos ni saltos abruptos. Eran diferentes y complementarios. McLennan era la melodía perfecta, la melancolía chispeante; Forster, la clase, la elegancia sofisticada. Pocas veces dos talentos tan grandes encajaron tan bien.



Durante doce años y seis discos, Forster y McLennan construyeron uno de los mejores repertorios de la época, dejando para el recuerdo decenas de canciones inolvidables. No eran un grupo difícil, ni oscuro. Tenían melodías preciosas y letras inteligentes. A pesar de ello, rara vez sale su nombre a colación cuando se habla de las grandes bandas de los años ochenta. Cuesta entender que su consideración no esté casi a la altura de, qué sé yo, unos Smiths, por ejemplo, y que me perdonen los fans de Morrissey. Quizás a Robert y Grant les faltó un toque de excentricidad.

The Go-Betweens se disolvió a finales de 1989, fruto del lógico cansancio, justo después de publicar el fantástico 16 Lovers Lane, su trabajo más logrado. Muchos darían años de vida por firmar algo parecido a Love goes on, Love is a sign, Streets of your town, Was there anything I could do? o Dive for your memory. El pop era esto.

La sociedad artística de Robert y Grant se rompió, pero ellos siguieron en contacto, primero en la distancia (Forster vivía en Alemania y McLennan en Australia) y más tarde, cuando Forster se trasladó de vuelta a su Brisbane natal, con una relación física más cercana. Durante los noventa ambos se dedicaron a sus proyectos en solitario, dejando unos cuantos discos notables, que también habrá que reivindicar algún día. De vez en cuando surgía alguna colaboración esporádica entre ambos: un cameo del uno en un concierto del otro o un acústico donde juntos recordaban los días de vino y rosas de su anterior banda. Estaban orgullosos del pasado, pero, pese a su buena relación, no parecían especialmente dispuestos a repetirlo. Hasta que en 2000 se reunieron y grabaron un nuevo disco juntos. Lejos de ser el típico trabajo de retorno alimenticio, The Friends of Rachel Worth era la lógica continuación de 16 Lovers Lane. Uno escucha los primeros acordes de Magic in here y piensa en Fray Luis de León y su célebre “como decíamos ayer”. The Go-Betweens regresaban donde lo dejaron ayer, más de una década antes, y volvían haciendo lo que mejor sabían, lo que siempre habían hecho: canciones maravillosas.



A The friends of Rachel Worth le siguieron otros dos discos (Bright Yellow, Bright Orange y Oceans Apart), antes de que Grant McLennan falleciera inesperadamente en mayo de 2006, cuando estaban preparando las canciones para el siguiente álbum de la banda. Era el fin de The Go-Betweens, esta vez sí, por desgracia, para siempre.

Dos años después de la muerte de McLennan, Forster publicó The Evangelist, un trabajo que aún hoy se escucha con el corazón encogido, el tributo de Robert a su compañero, a su amigo. Tres de las canciones del disco están firmadas por el dúo Forster-McLennan, indicios de lo que pudo haber sido y no fue el décimo álbum de The Go-Betweens. Después de The Evangelist vino el silencio, hasta hoy, ojalá que no por mucho tiempo más.

La muerte de Grant (tenía solamente 48 años) nos privó de más discos de la banda australiana, cuando habían encontrado una especie de serena segunda juventud, una estabilidad que presagiaba un futuro prometedor. No habrá más The Go-Betweens, pero ahí quedan sus nueve discos, otro puñado de trabajos en solitario y un montón de canciones memorables, historia del pop. En serio, esto no se trata del típico capricho personal: The Go-Betweens es un grupo que debería conocer todo el mundo, que debería amar todo el mundo.

Más | A true hipster (Robert Forster)

Foto | ear.fm

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