miércoles, 15 de febrero de 2012

Katia y Sergei: amor y muerte en la pista de hielo

Como cualquier otro ámbito laboral, el deporte es un terreno apto para que surja el amor en cualquier momento. Horas y horas de entrenamientos, largos días de concentraciones, meses y años coincidiendo en cualquier rincón del mundo… No es extraño que, cuando uno menos se lo espera, Cupido haga acto de aparición sobre los tacos de salida del tartán, a caballo entre las barras paralelas, botando al otro lado de la red o deslizándose sobre cuchillas en el gélido hielo.
Katia y Sergei
Ekaterina Gordeeva nació en Moscú, capital de la entonces Unión Soviética, en mayo de 1971. Su padre era operador de teletipos del Ejército y su madre, bailarina. Con apenas cuatro años empezó a practicar patinaje sobre hielo. Al no encontrar en Moscú patines para sus diminutos pies, la pequeña Ekaterina se veía obligada a utilizar varios calcetines de relleno para llevar a cabo su afición. Fue así como empezó a desarrollar su pasión por el patinaje, el primer gran amor de su vida.
A la vista de su talento, a los 10 años fue reclutada por las autoridades deportivas del país. El método selectivo del deporte soviético era una maquinaria bien engrasada. Seleccionaban a los deportistas más cualificados desde niños, los entrenaban y los encaminaban hacia la disciplina más adecuada a sus características. Los preparadores, a la vista de la endeblez de Gordeeva para el ejercicio individual, emparejaron a la joven con Sergei Grinkov, un prometedor patinador de 14 años. Partidarios de volar libres, ninguno de los dos atletas estaba, en principio, muy convencido de la unión, pero aquella decisión supuso el principio de una feliz y fructífera relación.

Seguir leyendo en El último partido de George Best (Libro de Notas)

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