lunes, 31 de enero de 2011

Discos para una isla desierta: Una semana en el motor de un autobús (Los Planetas)

Imagínate que, desesperado tras una ruptura sentimental, te sumerges en la búsqueda de todo tipo de sensaciones que te alivien el dolor, para terminar descubriendo que todos esos bálsamos artificiales no son la solución; que la verdad no está ahí fuera, sino en el interior de tu mente. Este es, a grandes rasgos y contado con brocha gorda, el argumento de 'Una semana en el motor de un autobús', el disco conceptual -consciente o accidentalmente- que Los Planetas se sacaron de la manga en 1998.

El álbum llegó en el momento más difícil. 'Pop' (1996) no había sido el éxito comercial que su discográfica presumía e incluso el entusiasmo de la crítica se había enfriado algo respecto a su disco de debut, el inmenso 'Super 8' (1994). A ello se sumaban los problemas internos de la banda. May, bajista desde la fundación del grupo, había abandonado, al igual que Raúl Santos, efímero batería de la época de 'Pop', y los escarceos con las drogas empezaban a resultar problemáticos. Con todo en contra, Los Planetas grabaron en Nueva York un disco que era una especie de ahora o nunca. Ellos contra todo: la discográfica, la inercia autodestructiva del propio grupo, el escepticismo de todos y el desvanecimiento del sueño independiente en España. Si habéis escuchado el disco, ya sabéis quién ganó la batalla.

Las canciones entregadas por la banda no terminaban de convencer a una recelosa RCA y tuvieron que componer, a contrarreloj, 'Segundo premio', arranque a la postre del disco. Al escuchar 'Una semana en el motor de un autobús' uno se da cuenta de cuan acertada fue, por una vez, la decisión de los directivos de la discográfica. Porque 'Segundo premio', con esa batería contundente de Erik y la voz dolida y de J, es el mejor inicio posible. Una canción de desamor donde, sin llegar a los límites alcanzados años después en 'Pesadilla en el parque de atracciones', el rencor da miedo: "si esto te hace daño, si te puede hacer sufrir ha servido para algo al menos para mí". El deseo, ruin pero humano, de hacer sufrir a la persona que te ha abandonado, aunque, en realidad, lo que estés deseando es que suene ese maldito teléfono.

La ruta del despecho continúa en la guitarrera 'Desaparecer' ("si te esfuerzas puedes desaparecer") y 'La playa', con su pop perfecto y su algo pueril historia de celos veraniegos, pero a la altura de 'Parte de lo que me debes' ya no quedan fuerzas para odiar y sólo queda aflicción y pesar por el tiempo perdido: "ahora pienso en lo estúpido que fui, las fuerzas que gasté, el tiempo que perdí". Entonces llega la búsqueda del alivio, el hedonismo como analgésico, la inmersión en las drogas, desde la relajación narcótica de 'Toxicosmos' o 'Laboratorio mágico' hasta la excitación de 'Cumpleaños total'. La perezosa 'Linea 1' enfila la recta final mostrando el inevitable arrepentimiento que acompaña a la resaca ("iba a hacerlo esta mañana, levantarme de la cama, comprar algo de comida, ordenar por fin mi vida"), que termina quedando en nada ("y después pensé mejor que no y puse la televisión, subí a pillar un poco más; después de todo esto no está mal"). Las voces infantiles no hacen sino aumentar la sensación de desasosiego. Los casi diez minutos gloriosos de 'La Copa de Europa', con la melodía inflamándose entre arreglos de cuerda, son el punto y final perfecto. La revelación dolorosa y definitiva: "cuánto tiempo he perdido ahí afuera, cuánto por descubrir en mi cabeza".


'Una semana en el mejor de un autobús' es el mejor disco de los granadinos porque presentan a Los Planetas de siempre -ahí están los hits inmediatos (hasta cinco singles potenciales: 'Segundo premio'. 'La playa', 'Desaparecer', 'Ciencia ficción' y 'Cumpleaños total'), la psicodelia oscura, las temáticas recurrentes (desamor, evasión), las prístinas guitarras de Florent-, pero más inspirados que nunca. Todo ello aderezado con la contundencia a la batería de Erik, recién incorporado a la banda tras abandonar Lagartija Nick. Un disco tóxico, como advierte la acertada portada de Javier Aramburu, porque si te sumerges en él quedas inoculado para siempre de su contagioso y malsano virus.

Así es 'Una semana en el motor de un autobús', un disco esencial para toda una generación de post-adolescentes que en su día sentimos reflejados fielmente nuestros anhelos, inseguridades, inquietudes y miedos, como si esas canciones estuvieran escritas para cada uno de nosotros. Por eso ha sido un disco muy importante en la vida de tantos que sentimos, aún hoy, casi trece años después, la necesidad de volver a él regularmente. Y por eso seríamos muchos los que lo escogeríamos, sin dudarlo, para llevárnoslo a una isla desierta.

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