martes, 14 de diciembre de 2010

El amigo de los rockeros

Es extraño lo que sentimos al enterarnos de la muerte de un artista por el que sentimos una honda admiración. Sin conocerlo de nada, es complicado evitar la sensación de que se va alguien relativamente cercano. No es normal que sintamos más la muerte de alguien a quien no conocemos de nada, al que si acaso habremos visto unas cuantas veces en un escenario o, a lo sumo, cruzado por la calle de manera casual, que la del vecino al que damos cada día los buenos días. Pero, si nos paramos a pensarlo, tampoco resulta tan extraordinario. Ese artista nos ha acompañado durante muchas más horas -en la soledad de nuestra habitación, en esa reunión de amigos en la que emocionado les muestras tu nuevo descubrimiento sonoro, en el coche amenizando un aburrido viaje, en un pub con una copa en la mano a las tres de la mañana- que ese vecino del que apenas conocemos su nombre. Algo así me sucedió con las muertes de Antonio Vega o Carlos Berlanga y, sobre todo, de mi admiradísimo Sergio Algora. Vuelve a invadirme una sensación similar ahora, cuando tengo noticia del fallecimiento del maestro Enrique Morente.

Foto: flykr

Fue a finales de 1996 cuando Morente irrumpió en mi mundo (musical) como un terremoto. Yo, claro, ya lo conocía, admiraba y seguía en la distancia, desde mi limitado conocimiento del flamenco. En la Navidad de de aquel año mi hermana me regaló 'Omega', un disco que acababa de editar Morente con sus paisanos Lagartija Nick. Un homenaje al 'Poeta en Nueva York' de García Lorca con Leonard Cohen de por medio. A priori el invento sonaba prometedor, aunque sumamente arriesgado. A posteriori sonaba mejor aún: inmenso. 'Omega' me apabulló y deslumbró desde la primera vez que lo escuché. Allí había electricidad y guitarras de palo, contundencia y sutileza. Guitarras hirientes y percusiones contundentes surcadas por quejíos estremecedores que entonaban las alucinadas poesías de Lorca. Porque 'Omega' es rock y punk, pero sobre todo flamenco; retorcido y disfrazado en ocasiones, pero flamenco al fin y al cabo. 'La leyenda del tiempo' (1979) o 'Veneno' (1977) ya supusieron en su tiempo sendos cataclismos en el inmovilista mundo del flamenco, pero el disco de Morente y Lagartija Nick multiplica por cien la sensación de revolución, la emoción de estar ante algo único, el vértigo ante un camino, inhóspito y atrayente, nunca antes transitado.

Tuve ocasión de contemplar 'Omega' en directo en el Festival del Zaidín granadino del 97. El concierto se dividía en dos partes. La primera mitad, flamenco ortodoxo: cante, toque, palmas, baile. Mediado el espectáculo aparecían Lagartija Nick en el escenario y aquello se incendiaba. Era la manera de mostrarnos a los rockeros la belleza del flamenco y de enseñar a los flamencos que el rock también puede ser hermoso, aunque muchos no lo entendieran. Quien estuvo allí sabe lo grande que fue aquello. Quienes presenciaron el espectáculo en los últimos años, después de que Morente y Lagartija Nick decidieran rescatarlo, también.


Morente fue un genio superlativo nunca bien ponderado en un país mezquino y cainita donde el talento siempre está bajo sospecha y la mediocridad cotiza alto. Despreciado por los flamencos más puristas por hereje, encontró en sus últimos años más reconocimiento desde el mundo del rock -"yo soy amigo de los rockeros", reconocía entre orgulloso y socarrón-, dentro y fuera de nuestras fronteras, colaborando con todo aquel que le pareciera interesante, desde Señor Chinarro o Los Planetas ('La leyenda del espacio' y 'Una ópera egipcia' no existirían sin la amistad de J con Morente) hasta Pat Metheny y Sonic Youth. Morente no fue sólo un cantaor. Fue también un revolucionario, un investigador, un creador y un melómano. Un artista que trascendió géneros y destrozó corsés, siempre con un pie en la tradición y otro en la vanguardia. Morente era el más clásico y también el más moderno. Seguro que el poso del tiempo lo termina situando en el lugar que se merece, porque aunque él se haya ido, su obra es inmortal y seguirá creciendo. Hasta siempre, maestro.

2 comentarios:

Kneelbow dijo...

Por todo eso y por lo que se pueda quedar en el tintero solo puedo decir, ¡muchas gracias maestro! por lo que nos has dado.

Anónimo dijo...

El último hombre bueno del siglo XX. Genios de ese talante y altura solo tiene uno el placer de conocer una vez en la vida., como el Dios del Jueves.

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